14 nov 2008

Ojala sea verdad...


Ojala sea verdad...! - fue lo mas optimista que pensé en ese momento − que sea verdad ese mito que justo antes de morir, uno repasa como en un vídeo clip frenético los momentos más importantes de su vida; ya que yo estaba viendo que manchas de sangre rodeaban mi cuerpo, sobre la gran avenida Córdoba en hora pico, eso quería decir que todavía estaba vivo.
Lo primero que hice fue subestimar la gravedad de la situación; el impulso inmediato fue levantarme, hacer como si nada y seguir.
Lo segundo, lo que frenó ese impulso, fue sentir por unos segundos cómo el ambiente sonoro desaparecía, todo se volvía entre irreal y fantástico.
Hasta que dejé de pelotudear y lo acepté: el estruendo seco que acababa de escuchar, fue el impacto de mi cabeza contra el asfalto y si no hacía algo urgente, otro auto desprevenido podía pasarme definitivamente por encima, mientras un colectivo frenaba a tiempo para no retorcer las ruedas de mi bicicleta, inmóvil seguía siendo el protagonista de esta película en medio de la avenida, pretendía que todo fuera un simple malentendido, empezaron a amontonarse curiosos en la vereda, me señalaban con cara de noticiero y desparramaban a los gritos sugerencias contradictorias todas entre sí:
"Flaco, salí de la calle!"
"No! quédate como estás y no te levantes"
"Ponete rodajas de tomate sobre las quemaduras"
me pareció escucharle a una vieja; "Que alguien haga algo!" exigía una solterona fea;
y otras desesperaciones igual de inútiles junto a la pregunta curiosa por excelencia ¿Esta vivo?
Mientras la gente seguía gritando, más autos seguían frenando alrededor; miraba todo con ese miedo que aparenta serenidad y registraba imágenes − que ahora se − no voy a olvidar nunca.
Y, si debo elegir una favorita, no lo dudo, es la de la camioneta blanca − más asustada que yo − esquivó varios autos nerviosa y escapó culpable del lugar.
Lo recuerdo bien, mientras escupía pequeños pedazos de dientes y empezaba a reconocer dolores en huesos y articulaciones de todo el cuerpo, fijé la mirada en la camioneta que escapaba torpe y pensé para el que la manejaba: Tu vida acaba de cambiar para siempre y nadie escapa para contarloLo bueno de ser el protagonista-víctima de un accidente, es la posición de observador privilegiado imposible de imitar de otra manera.
Ves por primera vez lo que todos son y nunca nadie puede ser.
Ves a todos aquellos que enseguida quieren ser parte de la historia desde el lugar del curioso calificado y nunca desde alguien realmente preocupado por vos.
Ellos no son el automovilista, deseando que nadie haya tomado su número de patente; tampoco son el camillero que con urgencia y delicadeza debe colocarme el cuello ortopédico y llevarme hasta la guardia; y mucho menos son los que por los próximos días van a tener que convertir sorrentinos y huevos duros en bocados más chicos que mi mandíbula pueda soportar.
No, ellos son espectadores casuales con ansias de participación; son los que ven a un accidentado y aseguran haber visto el accidente; ellos son los que menos importa de la historia pero que se adjudican el derecho de reinventarla, evidenciando los prejuicios sociales más arraigados "Fue el colectivo", era la sentencia que repetían mientras yo a sus pies necesitaba ayuda práctica y urgente, "Fue el colectivo, ¡yo lo vi!" se animaban los que ya estaban cebados captando la atención de los que recién llegaban.La vida es así, los curiosos no soportan ser el relleno prescindible de un acontecimiento trágico, lo rechazan y como su limitada capacidad de improvisación se los permita; rechazan a los gritos la opción de aparecer en los créditos finales dentro de una lista sin nombre de personaje o rol social que los categorice.
El curioso −por el simple hecho de ser curioso− pretende más de lo que tiene.
De las preguntas que me empezaron a hacer en la guardia, la más difícil de responder fue quizás la más tonta:
¿A quién querés que le avisemos?
Repasé una lista de familiares y amigos posibles, tratando de esquivar lo inevitable, un resignado: "-a mi vieja". Me cuesta aceptar que, para los hospitalizados de las series de FOX, siempre hay una abuela con olor a panadería tejiendo una bufanda que no habla mucho, o un grupo de amigos que caen de madrugada con algo de marihuana, o hasta una novia reciente, tetona que te propone sexo oral para matar el rato entre rayos y traumatología.
Pero no, en la vida real las personas tenemos madres, madres capaces de irrumpir en la recepción de la clínica a los gritos, todas despeinadas a, ¡Ay! en jogging y pantuflas.
Recuperando la conciencia y reconociendo ya el dolor de mis huesos, sin saber todavía bien que pasa, veo a pasar en mi recorrido cuantos han pasando a mi lado, fue cuando me hago la pregunta obligada ¿y si la vieja no estaría quien vendría hoy?
Como nostálgico tanguero pensé, en los proyectos de mi vida, suspendidos..., suspendidos por esa sombra blanca que se alejaba culpable.
Con dos pedazos de dientes de menos y cuatro puntos más, con moretones en la cara y raspaduras por todo el cuerpo, aún así entiendo que el verdadero protagonista de la historia sos vos; que desprevenido, ansioso y medio pelotudo, por llegar cuatro metros antes a tu casa, conseguiste que yo ahora tenga que sacar turno en odontología para una reconstrucción dental. Vos, que por zigzaguear de más, anulastes todos mis proyectos. Un giro de más y yo ahora estaría en terapia intensiva intentando para recuperar algo de movilidad y autonomía; otro giro de más y no habría vivido para contarlo, para decirlo; un giro de más y sería uno más, de alguna inútil estadística de transito.
Luego, una mala decisión te transformó de imprudente, en idiota. Escaparse siendo el culpable de un accidente, que pone en riesgo la vida de una persona, no es siquiera de alguien malo, es de una persona que aún no aprendió a vivir.
Escaparte de la tragedia significa mucho mas que escaparse del mero accidente, escaparte, es no poder entender la vida misma.
Te escapaste, tan rápido, ni siquiera pudiste enterarte qué pasó finalmente conmigo.
Te escapaste de la culpa inmediata pero ahora te persigue el temor de enterarte de algo trágico por los noticieros de los próximos días y que una citación judicial pase por debajo de tu puerta durante las próximas semanas y que tus vecinos te empiecen a saludar distinto durante los próximos meses... y si nada de eso sucede, mucho peor, nunca te vas a enterar si yo terminé cuadripléjico, mogólico o ciego… y claro que ese es tu peor castigo; no te diste cuenta que escaparte de la tragedia, convirtió el resto de tu vida en una.
No, el accidente, sino una decisión estúpida, hizo que tu vida ahora cargue con la culpa de una tragedia para peor inconclusa, griega.
Y hay algo que todavía no sabes... pero que vas a entender durante las angustias del domingo en tus próximos años, te puedo dejar un adelanto
"La peor elección de un cobarde, es el miedo; y la peor compañía del miedo, es el silencio"

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